Los descartados


El escritor pasa por un mal momento. No descansa por las noches y eso no eso bueno para su creatividad. La culpa la tienen los visitantes. Aparecen cada noche en su habitación, en el momento en que la vigilia da paso al sueño, y ya no le dejan dormir hasta el amanecer.

El primero fue el hombre irrelevante. Su aspecto, su forma de hablar y sus movimientos eran completamente irrelevantes pero, aun así, le resultaba extremadamente familiar. Al hombre irrelevante se unieron la esposa asesinada, el niño perdido, los amantes aburridos, el mago en paro, el asesino con colón irritable, la madre obsesiva, el padre muerto. Y más. Algunas veces, los visitantes vienen acompañados de animales, como el perro rabioso, el caballo marrón con la mancha blanca en la frente, el loro que habla alemán, o traen objetos como el retrete que gotea, el balancín, el sombrero de copa aplastado…

Y todos, cada noche, le hacen la misma pregunta “¿por qué?”

Cansado, sin ideas y casi sin dinero, el escritor se ha visto obligado a aceptar el encargo de su editorial de traducir una de sus primeras novelas. No le gusta traducir, pero necesita el dinero. Y es entonces, en plena traducción, cuando se encuentra de nuevo con el hombre irrelevante, al final del segundo capítulo:

“Pese a las advertencias de sus hermanos, Margaret accedió a reunirse con su padre en el café Zurich. Mientras le esperaba, nerviosa, sacó un cigarrillo del bolso y al instante un camarero engominado se le acercó para ofrecerle fuego…”

Ahí estaba, el camarero engominado fue quien le dio fuego al personaje y no el hombre irrelevante, una opción que el escritor se había planteado inicialmente, cuando escribió el relato, pero que al final había rechazado. Entonces lo entiende, el hombre irrelevante y los demás visitantes son personajes descartados de sus relatos.

Tiene muy claro lo que tiene que hacer. Empieza por él, porque un hombre irrelevante tiene muchas ventajas, no precisa grandes descripciones ni motivos para aparecer en la historia. Realmente, no le cuesta mucho empezar a escribir un cuento e incluirlo en él. Y el hombre irrelevante, agradecido, deja de visitarlo por las noches.

Por la mañana se dedica a anotar a todos los visitantes que puede recordar y luego se pone a escribir frenéticamente para convertir a los descartados en personajes de sus historias. Eso le lleva a escribir mejor y más que nunca, con una escritura desacomplejada e impulsiva, una vez liberado de su retórica vacía y sus digresiones soporíferas. Y su suerte cambia, consigue que le compren sus nuevos trabajos.

Pero escribir es decidir. Y cuanto más escribe, más personajes descarta y más visitas tiene por la noche. Se levanta temprano y se acuesta tarde, escribe desde el primer segundo hasta que se le cierran los ojos, cada vez más concentrado para anotar cualquier idea que surge. 

El escritor se vuelca en hacer justicia a los visitantes y ellos, agradecidos,  se quedan con él para siempre.

 

 

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